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Karl Marx, el dinero y las criptomonedas

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Tumba de Carlos Marx.

La tumba de Karl Marx en el cementerio de Highgate de Londres es impresionante por una aparente severidad. Sin embargo, una simple observación, pero más aguda, a la expresión facial en el busto del prócer muestra bondad evidente.

El artista que la esculpió debió proponérselo expresamente, porque un pensador que trató de encontrar las claves de la felicidad de todas las personas y no solo de una pequeña fracción privilegiada no merecía ser reflejado como una piedra sin alma, aunque algunos autotitulados seguidores así lo quisieran. En la base expresa uno de sus famosos pensamientos acerca de que los filósofos se han esforzado más en interpretar el mundo que en transformarlo.

Su vida fue la de un intelectual con una visión multilateral en muchos sentidos. De familia acomodada y étnicamente judía, fue también bautizado como cristiano luterano. Él mismo se declaró sin creencias religiosas como adulto, aunque se casó en una iglesia protestante con una joven de la nobleza, Jenny de Westfalia. En las universidades de Bonn y de Berlin se hizo sospechoso para el poder por sus actividades y escritos. Pudo haber afirmado que en la universidad se hizo revolucionario, bebiendo de las más sabias y radicales ideas sociales de la época, como más de siglo y medio después dijo Fidel de la Universidad de La Habana. A la temprana edad de 23 años, en 1841, defendió su doctorado en derecho, esta vez en Jena, con una tesis acerca la visión de dos filósofos griegos clásicos acerca de la naturaleza. Demostró su total irrespeto a las fronteras disciplinarias dedicándose a la filosofía, la política y la economía, con el método científico y desde una formación en leyes.

Fue periodista radical, censurado y emigrado. Al dedicarse enteramente a estudiar el capitalismo y acompañar todo movimiento social progresista en la Europa occidental de entonces, llegó a conclusiones de validez eterna. Una de ellas es tan evidente como que la realidad de la práctica social es la que finalmente determina la validez de las abstracciones filosóficas, por elegantes que estas sean, y no al revés, como suelen opinar muchos ideólogos, y hasta algunos desde las ciencias básicas.

A dos siglos de su nacimiento es inevitable reflexionar acerca de lo que una persona capaz de escribir y publicar a los 49 años de edad una obra científica como “El Capital” podría decirnos del mundo de hoy. En ese libro vemos como una mente culta formada en la filosofía se aproximó inevitablemente a la economía usando herramientas de razonamiento comunes a las ciencias naturales. Y eso en una época en la que las fronteras artificiales que separan las disciplinas eran diferentes a las de hoy.

 “La primera y principal función del dinero es dotar a las mercancías con capacidad para la expresión de sus valores, o representar sus valores como magnitudes con una denominación común, cualitativamente iguales, y cuantitativamente comparables. Así sirve como una medida universal del valor. Y solo en virtud de esta función el oro, como mercancía equivalente por excelencia, deviene en dinero.

No es el dinero el que hace medibles a las mercancías. Es justamente lo contrario. Gracias a que todas las mercancías, como valores, consisten en trabajo humano realizado, y por lo tanto cuantificable, sus valores pueden ser medidos por una y equivalente mercancía especial, y esta última ser convertida en la medida común de sus valores, o sea, en dinero. El dinero, como medida del valor, es una expresión fenomenal que debe ser asumida necesariamente por esa medida de valor que es inmanente a las mercancías, el tiempo de trabajo.”[i]

En pocas palabras, la única forma de medir y comparar el valor del trabajo realizado por una persona sobre cualquiera de sus productos es a través del dinero, que deviene así en una mercancía de intercambio. En los tiempos de Marx y hasta mucho después se usaba el oro como dinero, pero este es una mercancía en sí mismo. Del propio texto citado más arriba se desprende que “Y solo en virtud de esta función el oro, como mercancía equivalente por excelencia, deviene en dinero”. No tenía ni podía mantenerse así en un mundo que necesitaba gobernar sus flujos de producción de valor para poder crecer. No hubiera alcanzado todo el oro de la naturaleza si se tenía que mantener almacenado e inmóvil garantizando monedas nacionales, pues se trata de una mercancía útil para infinidad de aplicaciones.

Los EEUU abandonaron el oro como referente ya en los años 70, cuando no les alcanzaba el metal para respaldar los inmensos gastos de la guerra de agresión a Viet Nam. Lo siguieron más temprano que tarde las principales monedas de otros países. El dinero perdió así la ambivalencia y solo quedó como mercancía virtual, sin valor intrínseco alguno y como equivalente para la expresión del valor del trabajo realizado. Su credibilidad se edificó sobre la capacidad de ser convertido en otras mercancías.

Debe anotarse también que Marx insiste en la equivalencia última del dinero con el trabajo realizado, lo que libera a la mercancía de su concepción como una simple representación material de cierto objeto producido. La mercancía deviene así cualquier producto del trabajo humano con valor comercial. Puede ser un servicio de transporte, un par de zapatos, o la cura de una enfermedad por parte de un médico. Una de las grandezas del socialismo cubano moderno es precisamente considerar que servicios claramente comerciales y de altísimo valor como la educación y la salud son derechos humanos inalienables y que sus costos en dinero deben ser asumidos por toda la sociedad, por el estado, sin distinción de la capacidad adquisitiva de quien los disfruta.

Si la condición de ser una mercancía de intercambio “cualitativamente igual, y cuantitativamente comparable” habría de cumplirse, entonces su cimiento quedó en la confiabilidad de su capacidad liberatoria, de intercambio, dada por su cantidad. Un dinero útil y válido es solo aquél que se puede cambiar libremente por cualquier valor comercial. Las autoridades reguladoras nacionales a través de las imprentas y acuñadoras de los bancos centrales asumieron la responsabilidad de mantener esta condición: no se puede disponer de más dinero que la capacidad que tenga esa autoridad para convertirlo en trabajo y bienes. Pero aún si estos límites se violan por algún gobierno, lo que se afecta para que pueda seguir siendo dinero es el valor de cambio. Se devalúa, pero se deja intacta su capacidad liberatoria, de intercambio universal.

A la altura de ya avanzado el siglo XXI, donde las tecnologías de intercambio y procesamiento de información han revolucionado la vida de la mayoría de los seres humanos, las formas del dinero también se han transformado. Hace mucho que no hay billetes ni monedas suficientes en este mundo para cubrir sus valores, porque esas especies son solo algunas de las representaciones de su capacidad de cambio y no son el dinero en sí mismo. Las transferencias entre cuentas bancarias, las tarjetas de débito y crédito, infinidad de formas, son ampliamente usadas en nuestros tiempos y desde hace varias décadas. Cumplen perfecta y seguramente su función como dinero, igual que los billetes y las monedas. Queda incólume su concepción tan bien descrita por Marx, al menos hasta ahora, pero su forma ha cambiado y debe cambiar mucho más.

Lo más novedoso parece ser la existencia de las llamadas criptomonedas. Su gestión se basa en un sistema de programas de computadora que realiza funciones muy especiales. Estas formas de dinero no requieren de billetes ni de una autoridad o banco central que las gestione y regule. Se operan de forma distribuida en la red, donde un sistema informático garantiza el consenso sobre su estado entre los participantes reguladores, estén donde estén. Se mantiene una supervisión constante de sus unidades monetarias y de quienes las poseen. El propio sistema define si se puede crear una nueva unidad de una criptomoneda dada, lo que equivale a imprimir un billete de dinero tradicional, si se dan las condiciones para ello.

Define también la forma de establecer quién es su poseedor. La posesión y disponibilidad de criptomoneda solo se puede establecer de forma codificada. Para que funcione, el sistema permite transacciones de transferencia de su propiedad a cambio de alguna mercancía, lo que requiere también de una codificación restringida. Cualquier transacción solo la puede realizar su propietario, que posee la clave de esa unidad.

Los cubanos de hoy estamos enfrentados a uno de los mayores retos económicos de nuestra historia: lograr ordenar una economía dentro del consenso popular alcanzado en los acuerdos de los congresos del Partido Comunista de Cuba. Debemos usar el dinero para lo que sirve, sin afectarlo en su definición marxista y condición, sabiendo que será la única forma de preservar lo mejor de nuestro socialismo y hacerlo competitivo en este mundo. Los errores de otros en procesos diferentes y abortados, afectando las propiedades que definen el dinero, no pueden imitarse. Sin esta herramienta, con toda su utilidad, no puede funcionar ninguna economía moderna y mucho menos la socialista.

[i] Marx, K., Capital. A Critique of Political Economy. V. I, p. 67, Progress Publishers: Moscow, USSR, 1887. Traducción al español del autor ante evidentes imprecisiones de la edición cubana en español tomada de una versión extranjera.