Aquella costumbre de guardar la semilla de la fruta, luego de saborearla, se ha ido perdiendo en estos tiempos, cuando son pocos los que se preocupan por plantar un árbol, y patios y jardines de muchas casas aparecen huérfanos de esas plantas.
Algunos niños y jóvenes preguntan a sus padres cómo es el caimito, la guanábana, la cereza, el níspero o la ciruela, porque ellos nunca los han comido.
Tampoco saben del rico sabor de la chirimoya, del anón, del color de las semillitas de la granada, y de cómo el marañón aprieta la boca, pero resulta agradable al paladar cuando lo disfrutamos.
Y no es que haya que vivir en el campo para transmitir entre los miembros de la familia el hábito de cultivar una planta, mucho más si es de frutas tropicales, esas que pueblan de olores el ambiente, deleitan el paladar y aportan importantes nutrientes al organismo.
Cuando el hombre aún no había aprendido a cultivar la tierra y tomaba lo que gratuitamente le ofrecía la naturaleza, las frutas se contaron entre los primeros alimentos del reino vegetal que utilizó para la subsistencia.
Pasados los siglos, el ser humano continuó sintiendo necesidad de cosechar los árboles que le abastecieran de tales frutos. Con el tiempo fue algo común el interés de la familia por tener en el perímetro de sus viviendas esos arbustos.
En nuestro archipiélago, con el decrecimiento de los árboles maderables ha ido de la mano la desaparición de algunos frutales propios de nuestra tierra, o que fueron traídos y echaron raíces aquí como si fueran autóctonos.
Pero resulta que unido a esa circunstancia, en los últimos tiempos se ha ido perdiendo la provechosa tradición de inculcarle a niños y jóvenes la necesidad de sembrar y cuidar las plantas, mucho más si de ellas se obtienen alimentos.
Estamos acostumbrados ya a acudir a los agromercados a buscar lo que allí venden, por cierto a precios a veces prohibitivos. De esa oferta en las tarimas, por supuesto que están ausentes las frutas que citamos al principio, porque no se siembran posturas en los patios ni en las fincas, ni en cualquier pedacito de tierra aprovechable.
Es común ver la fruta bomba hurtándole a la piña ese sobrenombre de reina de las frutas, dado el alto precio que tiene. Los platanitos igual se venden muy caros y el mango, presente en esta última temporada, mantiene estable su alto costo.
Aunque resultan fundamentales en la dieta porque contienen vitaminas y minerales y contribuyen al equilibrio nutricional, se han ido relegando a la hora en que nos debatimos al decidir qué producto comprar para llevar a la mesa.
Hace unos pocos años que el Ministerio de la Agricultura y la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños desarrollan un programa de intercalamiento de frutales en los cultivos.
Entre surco y surco plantado de viandas o de otros sembrados ya se aprecian discretos resultados de una acertada política, encaminada a que el cubano cuente con una mayor oferta de frutas y, por consiguiente, bajen los precios al existir una producción superior.
Ojalá que los rendimientos vayan creciendo en esos cultivos y tengamos ofertas a precios accesibles, aunque no debemos descartar el aporte de la agricultura urbana y de los propios pobladores en el empeño de rescatar aquellas frutas casi desconocidas en la actualidad.