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Matos es referencia en el cultivo de frutales intercalados con plantas medicinales. Foto: Dilbert Reyes Rodríguez

El Almirante, Granma.–No se ven perros al llegar a la finca del campesino Andrés Matos, pero en sus dos entradas debían colgar carteles: Cuidado con los gansos.

Recostada a la margen oriental del río Bayamo, en la localidad de El Almirante, a unos cinco kilómetros de la ciudad capital de Granma, la parcela es uno entre tantos deslindes parecidos que dividen una zona en que reinan todavía, con penosa tolerancia, aroma y marabú.

Solo eso encontró Matos allí cuando la permutó en 2004 por la finca familiar de Correa Arriba, territorio del colindante Guisa.

«Que iba a ser difícil, lo sabía, pero nada puede contra la voluntad de un hombre decidido a hacer parir la tierra», cuenta Matos, a la sombra de una mata pequeña de mangos.

«Esta es la misma altura que tenía el marabú», señala al árbol. Parece un arbusto grande, y de las ramas que tocan el suelo cuelgan mangos hermosísimos a la altura de la cara, de la cintura y hasta de los pies.

Lo curioso es que no es una sola mata, ni escogida. Pudiera ser cualquiera de las que ocupan hoy la mayor parte de las más de 13 hectáreas, su producción principal entre 35 variedades de frutales y –detalle sorprendente– 25 de plantas medicinales.

La finca es eso, potencia de frutas y hojas para remedios naturales. Nada queda, ni por descuido, del epidémico marabú en toda la extensión, y en su lugar despuntan guayabas, marañones, cocos, frutabombas, nísperos, anones, chirimoyas, guanábanas, cerolas, cítricos…

Dice Gustavo Rosales, el presidente de la cooperativa de créditos y servicios Clemente Ramos, en que está inscrita El Progreso, que ese «entusiasmo» es más fuerte este año, porque es cuando empieza la producción de verdad. «La fruta lleva tiempo para que dé, y es fácil rajarse en el camino; pero la persistencia cosecha buenos premios».

«Fíjese –detalla Matos–, que si el año pasado vendí 20 toneladas de frutales, este serán más de cien, y el siguiente por encima de 200. Solo de aquellos mangos pegaditos a la cerca saqué hace poco cinco toneladas, para ir tirando. Imagínese cuando empiece a cosechar estos otros de clase, en agosto y septiembre, fuera de la época normal en que abundan las otras variedades.

«Aquí hay y habrá frutas todo el año –señala unos racimos de más de 400 platanitos–. Incluso el aguacate, no falta en ningún mes».

Aunque hay espacios grandes entre las matas de mango, guía el camino con cuidado. Hay que sortear el paso entre la sábila, la pasiflora, el té de riñón, la caléndula, la cañasanta… Cuenta que en las empresas agropecuarias que antes trabajó, atendió una vez el programa de plantas medicinales. Se enamoró y arrastró con ese amor, tanto, que se empeñó en sembrarlo intercalado en sus campos.

Relata que lo ayudó a sostener la espera a que las frutas parieran. «Pagan muy bien estas producciones. Entrego hasta cuatro toneladas y todas están contratadas con el laboratorio de la Empresa de Farmacias y Ópticas. Mis plantas medicinales son como una joyita familiar».

Familia, familiar, son palabras recurrentes en el diálogo con Matos. Las habla con el acento que genera la compañía permanente en el trabajo. «No hay obrero asalariado, hay parientes que sienten como dueños: dos hermanos, un hijo y una hija, cinco conmigo. Ah, y María, por supuesto (la esposa). Solo nosotros construimos esto.

«Si algo lamentamos es que no hay para dónde crecer, más tierra. El río y tres fincas particulares nos rodean. Por eso el potencial está en el rendimiento. El 90 % de las frutas son variedades de clase, logradas por injerto en nuestro propio vivero, para que den altas cantidades. El policultivo es la clave, y las técnicas probadas.

«Mis hijos son protagonistas de este empeño: el varón, además de trabajar la tierra, empezó hace 15 días una cochiquera con cien cerdos, y Taimaris, de 19 años, alterna la Facultad con el vivero. Es la reina de los injertos».

«Otra cosa, nada de químicos aquí. El suelo se conserva con varias técnicas, los cultivos se arropan con los restos de cosecha… Solo falta producir el humus de lombriz, pero la producción es agroecológica, toda. Es una garantía para el comercio, y para la salud ante todo».

Otros datos alargan la conversación y la certeza de que hace falta multiplicar rápidísimo la experiencia de El Progreso; pues Granma es clave en la consolidación a corto plazo del Programa Nacional de Frutales.

Dice Rogelio Hernández, director de Cultivos Varios en Bayamo, que el año siguiente el municipio deberá autoabastecerse de las frutas que requiere su población. Para ello necesita más de 4 000 toneladas anuales, sin contar las demandas de la industria.

Tiene hasta ahora 615 hectáreas plantadas de las 900 que en 2020 deberían garantizar 7 000 toneladas, pero Matos ha demostrado con creces que la cantidad de tierra es condición relativa, que vale todavía más el buen provecho, palmo a palmo, a fin de multiplicar rendimientos.


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