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En las actuales circunstancias de crisis ambiental que azotan a la especie humana, no es extraño encontrar a quienes buscan una respuesta en los avances tecnológicos. Estos facilitan, por un lado, mientras crean nuevos peligros para nuestra salud y la del planeta por otro, como lo ha demostrado la voraz industria de los agroquímicos, por ejemplo. Sin embargo, los verdaderos remedios que precisamos para mitigar los impactos ambientales se encuentran más cercanos, económicos y realizables.

El reto mayor es una radical transformación del pensamiento que nos permita una vuelta a la naturaleza, para convivir armónicamente con ella. Es necesario hacer extensivas prácticas más coherentes con la dinámica natural del planeta, y es esta la propuesta que llega de la mano de la permacultura. Este movimiento, con cada vez más seguidores en Cuba, promueve el uso sostenible del espacio, la autosuficiencia en la producción de alimentos y energía, y el uso racional de los recursos disponibles. Sus fórmulas no son prefijadas, sino que potencian la adaptación y el diseño de espacios según el contexto, donde la sostenibilidad es la palabra de orden.

La Permacultura incluye diseño de hábitat humanos sostenibles y sistemas agriculturales, que imita las relaciones encontradas en los patrones de la naturaleza. Sus ejes centrales son la producción de alimentos, abasto de energía, el diseño del paisaje y la organización de (infra) estructuras sociales. También integra energías renovables y la implementación de ciclos de materiales en el sentido de un uso sustentable de los recursos al nivel ecológico, económico y social.

Tanto fincas de 40 hectáreas como apartamentos en la Habana Vieja y Centro Habana comparten hoy diseños de permacultura, logrando que hasta los escenarios más inesperados generen alimentos, eleven la calidad de vida de las familias y permitan el ahorro de energía: ¡un techo con cubierta vegetal puede disminuir hasta 3 grados la temperatura ambiente! Las potencialidades, así como los logros y retos de esta práctica, fueron subrayadas en la conferencia magistral de la ingeniera y permacultora María Caridad Cruz Hernández, durante el Encuentro Conservación de la Biodiversidad Biológica en Cuba 2020, celebrado en febrero último en la Universidad de La Habana.

La especialista, miembro de la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre (FANJ), señaló cómo la permacultura (del inglés permanent + culture), llega desde Australia a nuestro país con las necesidades impuestas por el periodo de crisis económica durante los noventa, y ya en 2012 se comenzaron a crear los grupos, que hoy llegan a 28 en todo el territorio. A través de cursos y encuentros de intercambios auspiciados por la FANJ, principal promotor de la permacultura en Cuba, se articula esta red de desarrollo.

«El trabajo más efectivo en la promoción de la permacultura es de persona a persona, la gente que está haciendo permacultura muestra a los demás los resultados que van teniendo, porque la idea principal es la sostenibilidad a nivel local. Si hay un grupo de gente interesada en la capacitación pueden contactar directamente con la Fundación o con nuestras sedes en las diferentes provincias del país», alegó Cruz Hernández.

La sociedad cubana precisa de estas acciones para reducir el gasto de energía y ampliar la disponibilidad de productos alimenticios del país, así como el tratamiento de los suelos y el uso racional del agua. Además, la producción agroecológica, a través técnicas de reciclaje como el compost y los baños secos, garantizan alimentos óptimos y saludables para la población. También se añaden los beneficios personales para quienes lo practican, pues experimentan las ventajas de la cercanía con la madre naturaleza, que nos provee con gusto mientras respetemos sus recursos, trabajando con y nunca contra ella. La permacultura, afirma Cruz Hernández, es un estilo de vida.

Entre los lugares donde la permacultura alcanza notablilidad están Baracoa, Santiago de Cuba, Sancti Spíritus, Matanzas y La Habana; y ante la interrogante de si esta práctica puede ser llevada a una escala nacional y sostener las necesidades alimenticias de todo país, la responsable de Desarrollo Local de la FANJ respondió.

«Yo creo que sí, porque siempre se puede hacer un mejor uso y aprovechamiento del espacio, si se logra el diseño adecuado, lo cual lleva mucha estrategia, eso sí. El 75% del país vive en concentraciones urbanas, y por eso la importancia del diseño en forma de sistema. Hay que hacer cambios considerables, a veces los permacultores llegan a sus casas y empiezan a romper paredes para lograr ventilación e iluminación naturales, clave para disminuir el gasto de energía. Por eso lleva sobre todo un cambio de mentalidad y mucha voluntad para la transformación», refirió.

Aunque tiende a confundirse con la agricultura urbana, presenta considerables diferencias en cuanto a la idea de sistema e integración de la vida social con la naturaleza, «en permacultura se habla de bosques de alimentos, no de agricultura convencional», aclaró.

Existen diseños—dijo—en los cuales la naturaleza puede simplemente ser y crecer por su cuenta, aunque sea en el pequeñito espacio de un balcón habanero.

*Periodista de la Oficina del Conservador de Trinidad y activista de movimientos ambientales de Cuba.


Кубинское экологическое производственно-рекреационное хозяйство